Hace un par de semanas sabíamos que la banda alemana de metal industrial Lord of the Lost representaría a su país en la próxima edición del festival de Eurovisión que se celebrará en Liverpool. Con motivo de esta noticia hablaremos sobre la historia de esta formación y aprovecharemos para dar un repaso a la situación que vive actualmente un espectáculo internacional cada vez más dantesco.
A pesar de que todo lo que rodea a Eurovisión me genera cada año más aversión y rechazo, no he podido evitar sentir cierta satisfacción al enterarme de la participación de Lord of the Lost en el próximo festival. Este grupo consiguió conquistarme en el año 2018 con la salida de su álbum Thornstar, pasando a ser desde aquel entonces un recurrente en mi lista de reproducción. Amigos cercanos interesados en este género acabarían cansados de mis reiteradas alabanzas de su posterior trabajo Judas, una auténtica obra de arte que debería servir de manual para cualquier banda que desee realizar un disco conceptual. Blood & Glitter fue su último disco, publicado a finales del pasado año, del que sacarían el tema que presentarán en Liverpool y que alcanzaría el número 1 en las listas alemanas.
Lord of the Lost nació como el proyecto personal del artista Chris Harms, quien tras haber formado parte de otras bandas decidió comenzar a componer en solitario en 2007. Bajo el nombre Lord publicó algunos temas en Myspace y al ver la buena acogida que estaban teniendo, optó por reclutar a más miembros y así poder tocar en directo. Harms cambiaría el nombre del proyecto a Lord of the Lost para evitar posibles problemas con la banda de rock alemana The Lords y los fineses Lordi. Una vez completada la formación, los de Hamburgo no han parado de componer en ningún momento sacando a la venta un disco cada año, incluyendo álbumes orquestales. Chris Harms destaca por su habilidad para crear melodías y por la facilidad con la que adapta a ellas su voz grave y profunda. Es capaz de dar vida a auténticas obras maestras siempre aderezadas con letras innovadoras, llegando a engendrar discos conceptuales basados en diversas ideas como mundos apocalípticos de ciencia ficción (Empyrean), el mito de la civilización de Pangea (Thornstar) o incluso una reinterpretación de la historia bíblica de Judas Iscariote (Judas). El hecho de participar en un espectáculo de tal calibre permitirá al quinteto alemán dar un paso gigantesco en sus carreras y les dará la opción de darse a conocer de una forma que quizás ni siquiera pudieran imaginar. Además, supone una oportunidad para el metal de abrirse paso en un certamen en el que tradicionalmente ha estado vetado. Aunque es cierto que ha habido grupos de rock en alguna ocasión, no dejaban de ser en su mayoría bandas genéricas más cercanas al pop-rock, quedando casi como únicas excepciones los húngaros AWS (2018), o los finlandeses Lordi (2006) y Blind Channel (2021). Este año tendremos también al grupo australiano de metal progresivo Voyager, que han decidido presentar un tema comercial en el que solo nos ofrecerán durante 15 segundos el sonido al que nos tienen acostumbrados. Algo de agradecer a Lord of the Lost es que han sido capaces de ser elegidos por su país siendo fieles a su música y sin buscar ningún tipo de reivindicación social tratando de rascar votos. "Blood & Glitter" nos anima a aprovechar la vida y ser siempre libres de poder tomar nuestras decisiones, siendo conscientes de que será un camino de alegrías pero también de tristezas: "Sangre y brillo, dulce y amargo, estamos tan felices que podríamos morir." Dicho esto y ahora que ya conocemos quienes son, intentaremos analizar el despropósito en el que se han metido.
Con afán de informarme acerca de un mundo bastante ignoto y de escaso interés para mí, he cometido la desfachatez de revisar todos los ganadores de Eurovisión desde el año 2000 para tratar de llegar a una conclusión acerca de lo que se ha ido buscando a lo largo de este período de tiempo. Mi deducción final no ha hecho más que refutar mi idea preconcebida de que este festival ha seguido la misma línea de otras galas como la de los Oscar en donde la que debería ser principal aptitud del premiado no deja de ser algo residual en comparación a la importancia que se le otorgará a otras condiciones ajenas a su trabajo. El talento musical y la calidad de la pieza no importará a nadie mientras que el artista en cuestión consiga llegar a los televidentes por motivos externos a la música. Eurovisión es un fiel reflejo de una sociedad podrida que al mirarte a los ojos nunca verá a una persona sino un número. Un número al que intentará situar en un colectivo según su raza, sexo, creencia, apariencia o preferencias. Un colectivo al que tratará de manipular para volverlo débil y hacerle sentir que necesita ayuda siendo ese el momento en el que esa vomitiva sociedad moralmente superior aparecerá como salvadora para tender una mano y sentirse así relevante y ejemplar. Si no te consiguen encajar en ninguno de esos grupos te encontrarás ante la disyuntiva de unirte a su causa o ser el blanco perfecto de sus frustraciones, pero este es un tema que trataremos en otra ocasión.
He llegado a esta reflexión al ver como han ido involucionando las canciones premiadas y es que la primera década de los 2000 comenzaba con temas animados y divertidos con reminiscencias a unos 90 que no esperábamos añorar de tal forma por aquellos tiempos. Durante esa época vimos actuaciones decentes como las de Ruslana ganando por Ucrania en 2004, el éxito de Marija Serifovic por Serbia en 2007 o Alexander Rybak por Noruega en 2009. Tuvimos también el triunfo del grupo de hard rock Lordi en 2006, pese a mi convicción de que su logro se debe a sus atuendos más que a su música, caso similar al vivido en 2021. Finalizando la década comenzaba la fantasía, topándonos con una señorita alemana de voz irritante que nos ofrecía gentilmente una pieza desagradable que transmitía lo mismo que una piedra. Posteriormente alcanzarían la corona un par de "radio friendly songs", como diría el gran comediante canadiense Jon Lajoie, carnaza de emisoras dedicadas a publicitar de forma insultante las mismas tabarras día tras día. Encontraríamos un oasis en 2013 con la sólida presentación de Dinamarca, con una joven Emmelie de Forest que sorprendió por su naturalidad y una preciosa voz que daba forma a una balada atemporal interpretada sin florituras ni jeribeques, dejando todo el protagonismo a la obra musical. La edición de 2014 serviría para ver como se confirmaba el camino a seguir otorgando el premio a un caballero con una buena voz y buena barba luciendo un estiloso vestido de noche cual actriz de Hollywood en alfombra roja. Espero que no exista todavía algún ingenuo que crea que el austríaco Thomas Neuwirth pudiera haberse llevado el galardón sin haber inventado una historia protagonizada por la mujer barbuda Conchita Wurst. Un año más tarde "disfrutaríamos" de otro tema llegado de Suecia concebido para taladrar las radios del planeta con la particularidad de ni siquiera haberse esforzado en crear un estribillo original, copiando el éxito "The Rythm of the Night" que los italianos Corona publicaban en los 90. 2016 y 2017 formarían el "bienio de la pena" con los representantes de Ucrania y Portugal. Jamala subió a lo más alto con lagrimeos y con una canción que hubiera pasado totalmente desapercibida sin su afligida performance, mientras que Salvador Sobral llevó a la gloria a Portugal gracias a que todos los espectadores fueron conscientes de los problemas de corazón que estaba atravesando. Situación similar fue la vivida el año pasado con las votaciones en masa a un país que estaba siendo devastado por la guerra sin importar su actuación. Anteriormente, Dinamarca volvería a ganar en 2019 con una buena intervención por parte de Duncan Laurence y una balada que bien nos podíamos haber encontrado en décadas pasadas. Para el final he dejado uno de los mayores esperpentos que mi vista y oído han podido percibir, un auténtico escupitajo a la música que Israel lanzó al mundo en 2018 y que representa a las mil maravillas lo que Eurovisión es en nuestros días. Los votantes tuvieron a bien dar como ganadora a una señora que entre cacareos y demás sonidos desabridos deslizaba frases dignas de una niña de 10 años en plena edad del pavo y escasa lucidez que disfrazarían como alegato de algo de lo que prefiero reservarme la opinión. Puede que tenga una visión vetusta de la música, pero el hecho de pensar en la cantidad de artistas que se esfuerzan cada día por poder seguir ejerciendo su pasión mientras otros pseudo-músicos se dedican a ensuciar este precioso arte me desgarra las entrañas.
Si algo me ha creado inquina hacia este tipo de certámenes es la forma en que tiran por la borda la oportunidad de hacer algo verdaderamente meritorio e interesante. Creo que todos estaríamos encantados de poder sentarnos ante el televisor viendo a grandes artistas compitiendo por ver quien es capaz de sacar la mejor composición. En lugar de ello tenemos a multitud de faranduleros emponzoñando algo que debería ser tan puro como la música. No pretendo que Eurovisión sea un territorio exclusivo de virtuosos, ya que la buena obra es la que además de ser genial en el aspecto musical es capaz de transmitir emociones a sus oyentes. Los seguidores del metal o el rock nos hemos encontrado a muchos grupos sobresalientes en cuanto a técnica pero con dificultades para llegar con sus composiciones a los fans, mientras otros con menos recursos compositivos consiguen conmover a su audiencia.
Espero que la participación de Lord of the Lost sea un pequeño ladrillo que ayude a construir algo a largo plazo y anime a los grupos europeos de metal que pretendan formar parte de Eurovisión a ser ellos mismos y llevar con orgullo su música a estos terrenos sinuosos. El Señor de los Perdidos se convertirá este año en pastor de un rebaño de ovejas corrompido por la sociedad.
El verdadero fracaso es renunciar a aquello que te define para tratar de agradar a los demás.